Comentario
De este modo, con sus materiales y técnicas, con sus maestros, sus ciudades y sus construcciones, las gentes de Hatti trazaron los elementos de una temprana y clásica sabiduría constructiva.
La arquitectura hitita bebía en el paisaje que la rodeaba, en los recursos que éste ponía a su disposición y en la tradición milenaria de sus pueblos. Y ello resulta evidente a poco que profundicemos en su estudio, más aún si lo hacemos a través de Rudolf Naumann y su obra "Architektur Kleinasiens" (1971), cuyas páginas compendian un conocimiento fuera de lo común.
Los elementos fundamentales para la construcción hitita eran los ya conocidos en la tradición anatólica: piedra, arcillas y madera. En el caso de las piedras, escribe R. Naumann que aunque la carta geológica de Anatolia indica muchos y distintos tipos de rocas susceptibles de utilización en la arquitectura, lo cierto es que se emplearon muy pocas. Por encima de todas, esa caliza grisácea que domina el paisaje, pero también la brecha, el basalto, la diorita, el granito y diversas traquitas como el tufo y la andesita. La caliza blanco-grisácea, presente de modo natural en el relieve de Hattusa, sería siempre usada primordialmente por los habitantes de la capital. Un granito muy duro, de color negro-grisáceo, sería utilizado en partes concretas de algunos edificios importantes. La brecha, en fin, quedó limitada a la función de rellenar muros de piedra, sin que se usara en fachadas vistas.
Junto a la piedra, la arcilla fue el material principal de construcción. Indica R. Naumann que los maestros hititas solían circunscribir la piedra a los cimientos y a un zócalo visto más o menos alto. Por encima de éste, las paredes se levantaban con adobes -nunca tapial- y entramado de madera. Las arcillas, preparadas al estilo aún vigente en Oriente, se empleaban muy puras o con desgrasantes groseros o abuso de paja picada y piedrecillas. Los ladrillos fueron muy poco usados. Como en el resto de Oriente, en canalizaciones, pavimentos o salidas de agua.
Utilizada profusamente, la madera ha dejado sin embargo un recuerdo fantasmal: agujeros, huecos y muy pocos restos carbonizados. Pero ellos nos bastan para saber que se empleaban vigas y postes de abeto, roble y encina, especies no muy comunes hoy en la zona de Hattusa, cuya deforestación a lo largo de los siglos ha sido muy fuerte. Pero en la época, la madera debió ser de fácil y cercana disposición. Porque siendo un elemento esencial de los edificios, resulta impensable -como destaca R. Naumann-, que la arquitectura hitita dependiera sólo de la importación desde los bosques pónticos.
Otros materiales comunes en Oriente, como el asfalto o la cal, apenas si fueron estimados por los maestros hititas. El primero; aprovechado por las gentes mesopotámicas como un revestimiento impermeable, decorativo o como mortero, no tuvo el menor empleo en la Anatolia Central. La cal, aplicada en Oriente como pavimento, revestimiento y muy raramente como mortero, tampoco sería común en Anatolia. Sólo en el santuario de Yazilikaya parece haberse usado como un medio de nivelación que sirvió de lecho a los grandes bloques de piedra.
Tales materiales, en fin, precisaban técnicas de extracción y transporte que, especialmente en el caso de la piedra, podían presentar graves problemas. Dice R. Naumann que carecemos de cualquier tipo de información gráfica relativa al transporte de grandes moles, como la del gigantesco bloque calizo usado en el templo I de Hattusa, que con sus 5,75 m de largo, 1,40 de alto, 1,80 de ancho y cerca de 36 toneladas de peso, debió demandar un trabajo ciclópeo para el trayecto de unos trescientos metros desde su cantera. Sugiere el arquitecto alemán que probablemente los hititas dispusieron de una técnica semejante a la que vemos en los relieves asirios de Nínive, casi seis siglos después. Fuera como fuese, es un hecho que los enormes bloques basálticos de Gavurkalesi proceden de un lugar situado a unos 15 km y que los imponentes bloques de granito del templo I fueron traídos de una cantera que dista 25 km de Hattusa.
Las huellas de trabajo dejadas en la piedra expuesta desaparecen fácilmente por causa de la erosión. No obstante, sabemos que los canteros hititas emplearon taladros y cuñas de madera mojada en sus explotaciones. En cuanto a las herramientas, escribe R. Naumann que los artesanos hititas contaban con un corto surtido en nada comparable al de la época romana. El papel más importante lo cumplían los martillos de piedras duras, de distintos tamaños, seguidos por otras herramientas de bronce y, en alguna ocasión, de hierro.
En cuanto a las técnicas de construcción, los maestros hititas consiguieron el máximo nivel de una ya larga y experimentada tradición en Anatolia, pero incorporaron además sus propias soluciones ligadas, normalmente, a su capacidad innata para los grandes trabajos y los recursos prácticos. Normalmente, los hititas construían sus edificios sobre fuertes cimientos de piedra. Primero cavaban una zanja de profundidad imprevisible, puesto que buscaban una base firme. Alcanzada ésta, colmataban con piedras de similar tamaño sin trabajar, procurando rellenar los intersticios con piedra menuda machacada. El resultado final era de una solidez asombrosa. Otras veces construían gigantescas plataformas de piedra -como la base del templo I de Hattusa-, o reforzaban pendientes con gradaciones escalonadas de piedras, ganando además una superficie más amplia de construcción tal y como vemos en sectores de la muralla.
A diferencia de los arquitectos sirios o mesopotámicos, los maestros hititas y sus mecenas reales no tenían la costumbre de introducir figuras o documentos escritos de fundación en los cimientos de los edificios. Pero amigos de los ritos, la magia y los encantamientos -como bien ha estudiado V. Haas-, los hititas aseguraban la protección de sus construcciones. Refiere R. Naumann que en Hattusa introducían no en la base de los cimientos, sino entre las piedras del mismo o en el interior del zócalo visto, numerosos recipientes de cerámica normal o expresamente manufacturada para este fin. Platos, jarritas de pico, tazas y otras formas parecen haber servido en libaciones propiciatorias incluidas en ciertos ritos que, por lo que dicen los textos conservados, utilizaban plata, oro, aceite, frutos, miel, semillas o mantequilla junto con fórmulas que auguraban la tutela divina.
La base vista de los edificios estaba constituida por un zócalo elevado, siempre superior al metro de altura, realizado en mampostería o piedras de sillar entre las que los ortostatos esculpidos serían una variante sofisticada. La irregular mampostería inicial fue el sistema más antiguo, que con el paso del tiempo tendería a irse reglando en el tamaño y forma de las piedras. Entre la mampostería del edificio E de Büyükkale y el monumento erigido en Eflatunpinar, de sillares bien cortados y ajustados, media un largo camino de progresión creciente, manifestado en los bloques basálticos de Gavurkalesi o en la muralla de Büyükkale. El resultado de ese camino fue que, en torno al 1200 a. C., los maestros hititas estaban a punto de conseguir el corte perfecto de la piedra y el ajuste recto de los sillares. Pero con el hundimiento político de Hatti, las técnicas hititas se perderían y, como señala R. Naumann, no se retomarían en la meseta hasta la cultura frigia que, en este caso, se inscriben también en la tradición anatólica.
Particularmente llamativos son los zócalos monolíticos del templo I de Hattusa -con bloques de más de 5 m de largo y casi 1,50 de alto- y los de la puerta de las esfinges de Alacahöyük, cuyos ortostatos esculpidos alcanzan los 1,20 m de altura.
Por encima del zócalo, las paredes se levantaban con adobe y un sólido entramado de madera constituido por largas vigas colocadas a soga, otras pequeñas a tizón y muy numerosos pies derechos. En su ya conocido estudio sobre la arquitectura doméstica de Ugarit -Une maison á Ougarit (1983)-, Olivier Callot reconstruye de modo convincente un sistema de edificación muy semejante al hitita, salvo en el hecho de que los ugaríticos rellenaban el entramado de madera con piedra pequeña de mampostería y no con adobe, como los hititas. Curiosamente, la arquitectura rural turca ofrece hoy cientos de ejemplos vivos de la técnica de Ugarit.
Los muros exteriores e interiores se recubrían con un revoco grosero realizado con barro y paja picada, que se igualaba después con una segunda mano de arcilla muy fina. Normalmente todo quedaba tapado, incluso el entramado de madera y los postes exentos que, a modo de columnas sostenían galerías superiores.